Llegó el gran día, la fecha que desde el 20 de Noviembre, el Partido Socialista había marcado en el calendario. Podía ser una semana antes o después, pero los estrategas socialistas querían marcar el comienzo de la legislatura, hacerse notar, poner su sello personal en un juego en el que pintan muy poco.
Ayer, en el Pleno del Senado, el Grupo Socialista proponía a través de su portavoz "parar la huelga" a cambio de que el Gobierno retirase la reforma. Podemos pensar que fue un exceso, puede ser. Pero en el fondo ellos así lo creen y para esto han trabajado de acuerdo con sus socios sindicales.
La finalidad de una huelga general es producir un cambio en algo. Su éxito o fracaso se mide por lo que se consigue, no por el lío que se monta... Pues bien, esta es una huelga fracasada desde su inicio. El Gobierno no va a retirar la reforma haciendo uso del sentido común, pues es necesaria. Ha ofrecido diálogo en su trámite parlamentario, algo que no parece interesar al principal partido de la oposición, y los sindicatos han tenido su tiempo para presentar iniciativas o propuestas que no han podido o sabido hacer. Ese es el camino y no otro en democracia.
La huelga no beneficia a nadie, es estéril. Entonces ¿por qué se plantea? La respuesta sólo la tienen el Partido Socialista y unos sindicatos, los más desprestigiados de la historia reciente de España, que ante su propia inutilidad han decidido participar en la solución de los problemas del país de la única forma que saben, con la algarada callejera. Triste.
Los tres mosqueteros, Toxo, Rubalcaba y Méndez. Patéticos.
Sólo resta esperar que la jornada sea tranquila, que pase pronto, que libremente participe el que quiera, sin coacciones. La huelga es un derecho. Pero con la misma convicción digo que confío que la participación sea mínima por el bien del país.
El Gobierno ha de seguir con mano firme con las reformas, pero a la vez mostrando esa firmeza también en Europa, a eso nos dedicaremos otro día.